domingo, febrero 08, 2009

Un grafógrafo más

La luz del monitor apenas me salva de la total penumbra. Escribo casi sin mirar la pantalla, sin plan. Palabras brotan como si los ojos las tomaran de la cortina que apenas acepta un poco de luz; sus pliegues encierran horas minutos segundos. Me observan, mudos, palabras posadas a lo ancho de la oscuridad posada sobre la mesa, separando cada hoja de cada de cada libro dejado sobre ella. Detrás de esta vista hay un paisaje diurno con sombras móviles, pero mi disposición, mi talento, no pueden descifrar. Resisto a cerrar los ojos por temor a perder la imprecisa historia sin ojos que me senté a escribir.

Dormir no servirá (aunque lo intente no podré hacerlo ahora). Ciertos indicios: el vuelo de una mosca invisible, el rumor nocturno, el golpeteo de la humedad en la ventana; me hacen suponer que este insomnio es el mismo sueño en el que me veo que escribo, mis manos pesean ante el teclado como si fuera una mujer dormida que apenas se atreven a tocar. La luz del monitor es una luna solitaria en medio de la habitación vacía.

lunes, enero 12, 2009

Ojos

Caminas muy cerca, de reojo nos miramos. Tengo la sensación de de haberte tocado ya. Mi mano te guió por la primer espesura de la noche, ya se arrastró por tus nalgas. Nuestros cuerpos se fundieron hace tiempo, se penetraron. Me has golpeado, te insulté. Mi boca consumió completo el zumo de fresa contenido en tu piel. Vomitamos el uno sobre el otro, y nos hicimos llorar con una crueldad que nunca imaginamos. Pocas sonrisas, pero todas entrañables. Bebimos hasta el hartazgo el silencio que emanó de las miradas: fúrico, triste, impaciente.


Te dejo ir, ya tomé lo que fue para mi. Los ojos ya me dan la espalda, tu cuerpo se contonea como un gesto de despedida. Todo el día transcurrirá impregnado de rocío.

viernes, enero 02, 2009

Palomas

las manos buscan un asidero. el frio grita a mis espaldas y cambio de mesa. las manos prueban la bufanda, el sombrero gris o café. desde mi mesa y a la distancia de los días no puedo distinguir el color o si era gorra o boina, tal vez. se posan sobre las piernas un instante y luego desacomondan los lentes para volver a tocar los muslos y subir a acomodar los lentes. por ratos algún golpe involuntario de debajo de la mesa amenza con tirar la cerveza que con una agilidad de jugador de pelota purépecha atrapo. las manos entran en sintonía con la voz, señalan al público y finalmente piden una guitarra que toca y que toca la misma canción. ya mentalmente hago cálculos sobe la cuenta, ignoro en realidad si fueron seis o siete chelas, si fueron dos horas de concierto, si hay alguna rola que le faltó por cantar. las manos se acomodan bien a las cuerdas, a la madera, y se acoplan al buki y origel, bajo y guitarra, aplausos y carcajadas. inevitablemente pienso en ella, y su paseos por la nieve, voy al baño. y la voz amenaza: las manos no podrán preparar una raya jamás, destapar una botella, enceder un cigarro; por ahora.